martes, 1 de julio de 2025

Con la bandera y en equipo

 

Entre gritos, sudor y sangre
: un podio que sabe a lucha

Este fin de semana competimos en el Campeonato de Europa de obstáculos por equipos en Lisboa, vistiendo la camiseta de España.

Cuando te pones esa camiseta, cuando te colocas la bandera en el pecho, sabes que no puedes correr a medias, ni competir con reservas. Hay que darlo todo: física, mental y deportivamente, porque es lo que se espera de ti, porque es lo que se espera de un deportista español.

Esa camiseta no representa solo a tres corredores. Representa a un país, a toda una manera de entender el deporte: con coraje, con esfuerzo, sin excusas y sin rendirse nunca.

Y allí estábamos, con esa camiseta, con esa responsabilidad y con esas ganas.

 Desde el primer metro salimos a fuego, con una sola idea: llegar primeros a los primeros obstáculos y marcar territorio.

Los cruzamos bien, rápidos, sólidos, animándonos sin parar. Sentíamos que estábamos donde teníamos que estar. El cuerpo respondía. La cabeza también. Todo fluía. Pero llegó uno de esos obstáculos que no solo pone a prueba tus piernas, sino tu cabeza y el alma del equipo.

Era uno de los nuevos: dos tensan una cuerda, el tercero la cruza estilo koala, y se repite a la inversa. Fácil de explicar, un infierno de ejecutar con las pulsaciones a mil. Víctor cruzó bien porque Luis y yo tensamos fuerte, pero cuando le tocó a Luis, yo no podía sujetar, me arrastraba por la tierra hasta chocar con la estructura, y vuelta a empezar. Otra vez, el mismo error.

Allí empezó el caos. Las piernas temblaban, los antebrazos ardían, y las voces se convertían en gritos que chocaban:

“¡PASA TÚ PRIMERO!”
“¡NO, NO, SUJETA!”
“¡QUÉ SUJETAS TÚ ¿NO LO VES?!”

Veíamos cómo los holandeses cruzaban, cómo la carrera se nos escapaba, cómo todo un año de trabajo podía desaparecer entre nuestras manos, y no era justo. En medio de ese desorden, sin entender cómo, ya estaba al otro lado de la cuerda, y conseguimos tensar para que pasara Luis. Fue un momento de rabia y frustración: “Mal, hemos empezado mal, pero aquí no se rinde nadie.”

Y a correr de nuevo. Sin pensar, sin mirar atrás, sin espacio para la queja. Solo quedaba una opción: recuperar el ritmo y volver a estar en la pelea.

Ese obstáculo nos quitó tiempo, sí, pero sobre todo nos drenó energía y nos desmoralizó. Las pulsaciones iban por libre, pero no había margen para lamentos: equilibrio, precisión, agua, cuerda… todo cruzado con determinación, con la mirada fija en los holandeses, sabiendo que aquí no podíamos aflojar ni un segundo.

Llegó nuestra parte: la carrera en plano. Allí volamos y les recortamos.

Pero tocaba la parte dura: cargas y suspensiones. En la carga con tronco, se subió Víctor y lo llevamos rápido, pero por falta de coordinación lo soltamos antes de tiempo y le cayó encima un tronco de más de 20 kg. Se quedó sin aire, como ese balonazo que te deja tirado en el suelo sin poder respirar. Pero aquí nadie para, nadie espera. Víctor se levantó mientras recuperaba el aire, corriendo como podía, y con cada bocanada nos gritaba que nos fuéramos a la mierda… y tenía razón.

Superamos el siguiente porteo y llegaron las suspensiones más duras: tres combos seguidos, uno tras otro, con las manos ardiendo, el antebrazo al límite y el corazón bombeando a lo loco. Todo salió bien… menos el último toque de campana de Víctor, que se quedó a un centímetro. Un centímetro. La carrera. Un jarro de agua fría, porque todo el esfuerzo por estar de nuevo en la pelea se nos iba allí. Ese centímetro suponía subir y bajar las gradas de un estadio con un bidón de más de 20 kg a la espalda.

Los holandeses no penalizan. Los italianos tampoco. Nosotros sí. La carrera se ponía muy cuesta arriba. Solo nos quedaba una opción: ir al límite y no fallar más.

Llegó el río: 1,5 km con el agua por las rodillas, piedras, rocas, cada paso un riesgo de doblar el tobillo. Antes de entrar, no hizo falta decir nada, lo teníamos claro: “Toca asumir el máximo riesgo, no hay otra.”

Y nos la jugamos. Cada paso en el río era un pulso entre dolor y velocidad, entre riesgo y ambición. Hubo caídas, pero daba igual, ni un “¡ay!”, ni un “espera”. Allí, mientras otros aseguraban, nosotros fuimos a ganar.

Salimos del río con opciones reales de podio, otra vez, en equipo, volvimos a remontar la carrera. Pero sabíamos que no podíamos cometer un error más. Tocaba el equilibrio sobre troncos finos, con el corazón en la garganta, porque un fallo de uno y los tres repetíamos. Se nos podía ir la carrera definitivamente pero lo pasamos a la primera.

Quedaba la última subida, dos suspensiones más, la penalización con el bidón y la vuelta a pista con la precisión de pistola.

Íbamos rotos, vacíos, con el cuerpo pidiendo parar y la cabeza diciendo “ahora no”.
“¡Último esfuerzo, aquí nos lo jugamos!”, gritó Víctor con la voz que le quedaba. Y a partir de ahí, a sufrir en silencio. Sin hablar, sin mirarnos, porque ya sabíamos que era morir o perder.

Hicimos la penalización con el bidón pasándolo de mano en mano, y salimos a por los últimos 400 metros. Llegamos a la pistola con 30 segundos para acertar. Fallé todos. Todos. Ese fallo nos obligó a sprintar los últimos 200 metros al 110%, dejando en esa pista todo nuestro cuerpo y alma.

Cruzamos la meta. Sin saber nada. Solo con el pulso reventando, las piernas temblando y la cabeza girando.

Y poco después nos lo dijeron:

¡TERCEROS DE EUROPA!

Un podio que nos llevó al límite físico y mental, en equipo, a gritos, con discusiones, con sangre en las manos y en las rodillas, con tierra en la cara y con el corazón en cada paso. Un podio que no nos regalaron, vinimos a recoger lo que es nuestro con cada metro que corrimos, con cada obstáculo superado y con cada caída de la que nos levantamos.

Y sí, es un éxito enorme. Pero no, no nos vamos a conformar. Hemos aprendido. Hemos visto nuestros errores. Sabemos dónde fallamos. Y sabemos que podemos ir a por más.

Porque sí, somos terceros de Europa. Pero el año que viene, vamos a por el oro.


miércoles, 14 de mayo de 2025

Sin atajos, hay que lucharlo

 

Días antes de la carrera, ya tenía el dilema de si participar en la categoría competitiva o en la profesional. Después de haber ganado en la categoría competitiva en Mallorca, tenía sentido continuar en ella e intentar ganar la liga; al fin y al cabo, es mi primer año y ya representa un reto muy interesante. Al ganar la liga competitiva te otorgan un triángulo espartano, que es una de las mayores insignias en el mundo de los obstáculos. Es un premio que uno puede lucir con mucho orgullo.

La liga profesional, en cambio, es otra historia. Allí compiten los mejores de cada país, y al ser de tan alto nivel, solo con quedar entre los tres primeros te entregan directamente el triángulo de bronce, plata o oro en una única carrera. ¿Qué hacer? ¿Asegurarme la liga competitiva sabiendo que soy el mejor corredor y tengo muchas posibilidades de ganarla? O, ¿renunciar a eso y dar el salto directamente a la profesional, sabiendo que las posibilidades de ganar son mucho más reducidas? Pues obvio... ¡a salir con los mejores!

Pues aquí estoy, a 10 segundos de la salida. Delante de mí, un trail exigente de 12 km con más de 25 obstáculos. Como siempre, cierro los ojos y me hablo a mí mismo: "Si estás aquí, es porque puedes competir contra ellos. Has trabajado muy duro, ahora es el momento de darlo todo". Y como siempre, "Calma, cabeza y mucho coraje, Jorge, mucho coraje". La salida, como siempre, se marca con ritmos que, por la experiencia que tengo, suelen ser un 30% superiores a la media de la carrera (hablando en términos de potencia), pero hay que estar allí. Muchas veces, los primeros tramos son muy estrechos y no posicionarte bien puede hacer que te quedes atrás y no puedas recuperar el grupo de cabeza.

Salgo con ellos y así pasamos los dos primeros kilómetros, en los que no hay obstáculos complejos (cruzar un río y dos muros). Estamos cinco corredores en cabeza: cuatro de la selección española y yo, el infiltrado. Sigo repitiéndome: "Este es tu sitio, si estás aquí es porque puedes competir". Al llegar al primer obstáculo de equilibrio, lo tengo claro: CALMA. La madera está llena de barro y es fácil resbalar. Los dos primeros lo cruzan rápidamente, pero yo no. Subo el metro de pendiente fuerte, me paro arriba, mantengo el equilibrio, me posiciono y cruzo la madera. El cuarto y el quinto se alarman al ver pasar tan rápido a los dos primeros, así que intentan hacer lo mismo, pero caen y deben hacer la penalización.

Justo después viene el primero de carga: un saco de 27,5 kg a la espalda y a correr por terreno de barro en subida, más de 50 metros. Allí consumo mucha energía, pero consigo que no se distancien los dos primeros. Justo después hay un obstáculo de suspensión, mi especialidad. Lo cruzo al más rápido y recupero la cabeza. Ahora somos tres, aunque el cuarto viene como un cohete por detrás.   

                                        
                                      


La primera subida se me hace muy larga y empiezo a notar una fatiga importante. Aquí es donde viene uno de los dilemas de carrera, donde uno tiene que valorar cuánto riesgo vale la pena asumir. Sé que los corredores que tengo delante son mejores que yo subiendo, pero no creo que lo sean en llano o bajada. Sé que hay una zona de suspensiones bastante exigente donde puedo recuperar, así que decido no seguir su ritmo,
es demasiado fuerte y me puede costar la carrera, así que me descuelgo. Tras otra carga y algunos muros, llegamos a la parte alta del primer pico. Hago la polea con carga, dos muros más y ahí empiezo a apretar. Es una bajada y un plano largo.

Dos kilómetros después vienen una secuencia de suspensiones muy duras, así que decido bajar el ritmo para llegar con aire a esa zona. Al reflexionar sobre mi decisión, creo que me equivoqué. Mi especialidad es la suspensión, y si paso esos obstáculos bien pero sin darlo todo, puedo recuperar mucho cardio para enfrentar la última parte de la carrera. Hacer ese plano más rápido me hubiese acercado a las primeras posiciones y, tras las suspensiones, podría haberlos tenido muy cerca. Además, en estas carreras es muy útil que los de delante sientan la presión, ya que hay mayor probabilidad de que fallen.

Llego a las suspensiones y las paso rápido y sin esfuerzo. No debería ser así; puede que haya pecado de precavido, pero bueno, todo es experiencia. Ya estamos a solo 4 km de la meta, pero aún tengo delante los obstáculos con las peores penalizaciones de la carrera: el equilibrio en cuerda y la jabalina. Fallar en uno de esos implica perder la carrera, pero si no fallo, puedo mantener este tercer puesto, e incluso, quién sabe, intentar ir a por los dos primeros. Tras un plano largo en el que no escatimo en esfuerzo, cojo la subida con bastante tranquilidad. Aunque podría dar mucho más, viene un equilibrio que es fundamental pasar. Este dilema fue el más duro... ¿Qué hago? ¿Voy a por todas y me exprimo antes del equilibrio, incrementando el riesgo de caer, pero acercándome a la cabeza, o bajo un poco el ritmo, aseguro no penalizar y sigo con mi tercera posición? Pues bien, a veces hay que poner cabeza. Bajo el ritmo, cruzo el equilibrio y vuelvo a apretar en la bajada.

                                         

Cuando llego abajo, veo a los dos primeros, a un minuto aproximadamente. Quedan 1,5 km y 5 obstáculos, es casi imposible alcanzarlos pero que no quede intentarlo. Cojo el atlas de 50 kg y hago el recorrido sin fatigarme mucho, pero viene el momento más temido por todo corredor de obstáculos: la precisión. Es un lanzamiento de jabalina que no consume nada de energía, pero dar a la diana significa seguir corriendo, y fallar... ¡son 30 burpees! Puedo asegurar que penalizar allí es tirar la carrera, ya que consumes más de 1 minuto de tiempo (lo cual, con lo ajustado que va todo, es una barbaridad). Pero lo peor es que el último tramo de carrera lo haces sin nada de energía.

El planteamiento ha sido ir con todo desde el segundo equilibrio, sin plan B, y si fallo la jabalina, ya no hay vuelta atrás. Así que no puedo fallar. Cojo la jabalina, miro a la diana y respiro lo más hondo que puedo. Lo he practicado mucho y, sobre todo, me evado: estar yo y la lanza, mente y cuerpo en un solo tiro. Lanzo... ¡y diana! Lanzo un grito que muere por falta de voz (si se puede evitar el gritito, mejor). Ahora ya sé lo que hay delante: obstáculos de fuerza y salto, y 1,5 km con una única cuesta. Solo hay que aguantar. Por eso grité, porque sé que me acabo de asegurar un pódium nacional. Aunque los dos primeros se me han distanciado, voy con todo a por ellos. Si uno de ellos le da el bajón, yo estoy con energía. La realidad es que ellos también hacen un muy buen final de carrera y llegan un minuto por delante de mí. Cruzo la meta en tercera posición, levanto la primera cinta espartana y me cuelo entre los tres mejores de España sin que nadie lo esperara. Llegar a meta sabiendo lo que he conseguido es emocionante y no os voy a negar que hay una resaca emocional posterior que te hace perder el foco. Uno está muy orgulloso de sí mismo, y, sobre todo, se nutre del orgullo que transmiten hacia ti los familiares, en mi caso, como siempre, mi mujer y mis hijos, pero también mis padres, amigos...

Dos días después, ya tengo el foco puesto. Vuelvo a los entrenos y a la carga con más fuerza que antes, con tres objetivos claros: 1. Ser campeón de Europa en equipos (Portugal), 2. Ser campeón de Europa individual en categoría (Finlandia), 3. Volver a sacar un podio en la siguiente carrera de la liga nacional (Barcelona). No serán retos fáciles, y van a requerir de muchísimo entrenamiento, pero para eso estamos.

Y ahora, la gran pregunta: ¿Y todo esto, por qué? Lo máximo que puedo ganar es para cubrir los gastos (y eso si todo va bien). Hay tanto sacrificio, tantas horas de esfuerzo físico y mental, que a veces me pregunto si realmente vale la pena. Y lo peor, o lo mejor, es que las carreras se sienten como una auténtica agonía. Pero... ¿¡por qué!? Porque, en el fondo, sé que luchar con todo lo que tengo, sin esperar nada a cambio más que mi propio orgullo, me hace sentirme más pleno que cualquier otra recompensa material.

Y hay algo aún más profundo: estoy convencido de que cuando les hablo a mis hijos sobre lo que realmente creo que importa, cuando les enseño el verdadero valor del esfuerzo, del sacrificio y de la constancia, cuando les cuento cómo lucho, cómo me parto la cara para superar cada reto que me propongo, lo hago con la certeza de que mis palabras nacen del ejemplo, de lo vivido, de esa convicción que solo la experiencia puede dar. En un mundo donde la inmediatez prima, donde con la inteligencia artificial podemos crear canciones en un minuto, revisar documentos o hacer muchísimas cosas con menor esfuerzo, el verdadero valor del sacrificio y la lucha parece haberse desdibujado. Pero hay algo con lo que no pueden, con lo que la tecnología no puede sustituir: el deporte. Ahí, no hay atajos ni trucos.

Para estar entre los mejores en lo que elijan, tendrán que ser increíblemente valientes y, sobre todo, no permitir que nadie, absolutamente nadie, les diga que no pueden conseguirlo. El sacrificio es la clave, no hay otra. Lo que he aprendido tras haber competido cientos de veces y haber tenido la oportunidad de estar entre los mejores en carreras de obstáculos y trail de España, es que el esfuerzo, la perseverancia y la capacidad de aguantar hasta el final son lo que realmente marcan la diferencia. Eso es lo que quiero transmitirles.

Por eso corro. Porque cada vez que lo hago, siento que me acerco más a la persona que quiero ser. Y por eso sigo adelante, sin pensar en rendirme. A por la siguiente, con calma, con cabeza y con coraje… muchísimo coraje.



lunes, 17 de marzo de 2025

Avísame cuando ganes

 




El día de la carrera iba con muchas dudas. Mi última experiencia en una competición de esta magnitud había terminado en abandono por una torcedura de tobillo, provocada posiblemente por una mala dosificación, esta vez no quería cometer los mismos errores. Sabía que el desafío que me esperaba en la Spartan Race de Mallorca iba a ser durísimo. Se trataba de 21 kilómetros de intensa montaña con un desnivel acumulado brutal, más de 30 obstáculos a superar y un factor añadido: la lluvia. Correr sobre barro es mucho más lento, ya que cada vez que despegas el pie del suelo tienes que hacer un esfuerzo extra. Esto hace que los ritmos caigan y las pulsaciones suban, lo que añade una carga extra tanto física como mentalmente. El terreno resbaladizo lo complicaba todo aún más. Los obstáculos de suspensión requerían más fuerza para evitar caer, los de equilibrio se convertían en una auténtica lotería (con el riesgo de caídas feas), y los obstáculos de peso necesitaban un esfuerzo extra, ya que resbalaban y hacían que la fuerza fuera clave. Además, el frío y la ropa mojada añadían un desafío extra. Sabía que tenía que ir con mucho cuidado, ya que cualquier error podría costarme la carrera.

Decidí no precipitarme. Al salir, mi planteamiento era claro: ir con calma. Durante los primeros kilómetros, me encontré en posiciones alejadas incluso del Top 10, es algo arriesgado pero la carrera es muy larga. Como no conocía a fondo la competición ni a mis contrincantes, creí que lo más inteligente era salir de manera medida, observando y obteniendo información sobre la carrera y los demás corredores.

Si salía muy fuerte, estaba asumiendo riesgos innecesarios, y esa no era mi intención. Quería saber cómo se comportaban mis competidores, conocer qué tipo de terreno me iba a encontrar y cómo me iba a sentir. No estaba dispuesto a cometer el mismo error de mi última carrera de obstáculos.

A medida que avanzaba, fui recogiendo información valiosa. Me di cuenta de que yo tenía una ventaja competitiva importante en las bajadas técnicas. Es fácil ver quién tiene los 4 siguientes pasos ya visualizados en la cabeza y quién no. Las bajadas técnicas requieren no solo agilidad, sino una mentalidad muy clara y la capacidad de anticiparse a lo que viene. Aquí es cuando los riesgos se multiplican: perder la concentración en este tipo de terrenos puede significar una caída, y por ende, la pérdida de la carrera. Además, en los obstáculos de suspensión, estaba a la altura de los mejores. Esto me dio confianza para seguir adelante. Con esta información, pude plantear cómo iba a abordar el resto de la carrera.

Cuando llegué a la primera bajada técnica de cierta longitud, sabía que tenía que aprovechar mi ventaja. El riesgo era alto, sobre todo con la lluvia, ya que una caída podría sacarme de la competición, pero había entrenado mucho esta parte del trail. Si había alguna posibilidad de ganar, tenía que aprovechar donde tengo ventaja. Apreté al máximo, y mi plan dio los resultados esperados: me escapé del grupo y logré distanciarme.

Los obstáculos de suspensión fueron extremadamente complicados debido a la lluvia. Tenía que ir mucho más lento en cada paso, ajustando al máximo el agarre para evitar el balanceo, que podría lanzarme fuera de la pista. Allí se requería paciencia, el cuerpo te pide ir rápido ya que tengo el nivel técnico y la fuerza para ventilarme esos obstáculos muy rápido pero con lluvia había que parar y asegurar cada paso.




En los obstáculos de peso, no tuve grandes dificultades. Algunos eran más largos de lo que esperaba, pero los controlé bien y no me fatigaron en exceso. Sin embargo, uno de los obstáculos que más me costó fue el de las cadenas. Llevar una cadena de 25 kg sobre el cuello es ya un reto en sí mismo, pero cuando te añaden una subida con pendientes del 20% y barro, la cosa se complica aún más. El esfuerzo físico aumenta considerablemente, y cada paso cuesta mucho más. Bajando, además, la sensación es de mayor precaución, ya que resbalar con el peso colgando puede ser peligroso y fácilmente provocar una lesión. Eso convirtió ese obstáculo en uno de los más exigentes de la carrera.



Al llegar a la parte más alta de la carrera, me encontré con un panorama que no me hubiese creído dos horas antes. Al girarme, no vi a nadie cerca. Estaba a unos 3 km de la meta: una bajada técnica y cuatro obstáculos más. Todo lo que tenía que hacer era no lesionarme y mantenerme enfocado. Me repetía a mí mismo: "Solo tienes que llegar, tranquilo, no asumas más riesgos".

Pero la naturaleza del reto no perdona. En una curva, resbalé y caí al suelo. El reflejo de los músculos al caer fue inmediato, pero sentí un tirón en el gemelo. A tan solo un kilómetro de la meta, con un gemelo al borde de las rampas, podía perder la carrera. Aquí no había tiempo para lamentaciones. En este tipo de pruebas, no hay margen para lloriqueos ni para recuperarse como en otros deportes. O sigues o pierdes, no hay más.

Me concentré al máximo en mi pisada y en el músculo afectado. Con la cabeza puesta en la meta, seguí adelante, sin perder la concentración.

A tan solo 100 metros de la meta, fallé el lanzamiento de la jabalina. El castigo: 30 burpees. En ese momento, el cansancio acumulado de 21 km, más de 1000 metros de desnivel y 30 obstáculos hacen que ese castigo sea una auténtica odisea. Pero la ventaja que había sacado me permitió acabarlos sin tener la presión del segundo.

Ya quedaban sólo dos obstáculos y la cortina de fuego. Afortunadamente, ya estaba lo suficientemente cerca de la meta como para sentir que la victoria estaba al alcance. Salté las brasas finales, y crucé la meta en primera posición.


¿Lo primero que hice? Coger el móvil y decírselo a mis más cercanos: "¡He ganado! ¡Primero! ¡No me lo puedo ni creer! ¡He ganado!"

En ese momento, me vino a la mente todo lo vivido. La frustración, la impotencia, la rabia que se siente cuando todo el trabajo y sacrificio se traducen en abandonar una carrera. Detrás de estas competiciones hay muchísimo esfuerzo y sacrificio que van mucho más allá de lo físico. Y cuando todo eso se va al traste con un abandono, cuesta muchísimo entenderlo. Recordé lo que me costó volver a ponerme en la línea de salida de una competición tan exigente, lo hice de manera algo impulsiva, con el miedo de volver a abandonar por segunda vez.

Pero había alguien que lo tenía claro. Al volver a mirar la conversación, leo el mensaje que me mandó mi mujer antes de salir: "Avísame cuando ganes".

lunes, 21 de octubre de 2024


 Calma, Cabeza y Coraje: El Regreso a la Competición

Hoy ha sido un día que no voy a olvidar fácilmente. La Spartan Race de Barcelona me puso a prueba como pocas veces. Llegué a la línea de salida con sensaciones de inseguridad, en parte por la falta de sueño, ya que había pasado la noche cuidando a mi hijo Nico, que tenía una infección en la boca. Cuando estás a punto de competir en algo así, el miedo y las dudas pueden invadirte rápidamente, generando adrenalina y cortisol, que te ponen en alerta, pero que, si no los gestionas bien, pueden jugarte una mala pasada. La clave para contrarrestar eso es nutrirte de pensamientos positivos, de logros anteriores, generando dopamina, la hormona de la motivación. Sin embargo, esa mañana no fui capaz de hacerlo y empecé la carrera con demasiados miedos.

Competía con mi equipo, Leyendas OCR, lo que me daba aún más motivación, pero también más presión. Todos sabíamos que iba a ser una prueba durísima. El primer choque de realidad llegó en el kilómetro uno, cuando nos tiraron directamente a un lago helado. Apenas había amanecido y estábamos en las montañas, así que el frío calaba hasta los huesos. No había tiempo para pensar, simplemente seguí adelante. Tras salir del agua, empecé a coger posiciones y a adelantar corredores. Al poco tiempo, me había colocado entre los diez primeros, y de esos diez, solo cuatro éramos españoles. Allí estaba, con sensaciones duras, pero por el momento controladas.

Y, hablando de riesgos, también decidí asumirlos en los obstáculos, algo inexperto por mi parte, porque no siempre compensa. En el obstáculo de barras, que normalmente no me da problemas, quise ir demasiado rápido. En lugar de asegurarme con ambas manos, me balanceé de una barra a otra, y resbalé. Caí desde unos 2,5 metros de altura, golpeándome el codo y la cadera. Fue un recordatorio de que esta iba a ser una carrera muy dura.

A partir de ahí, mantener la concentración se volvió crucial, especialmente en las bajadas. En este tipo de carreras, las bajadas son trialeras muy técnicas, donde se va a ritmos altísimos, y un paso en falso puede suponer una lesión segura. Es fundamental una concentración brutal. Iba tan centrado en el dolor del codo y en la herida que en una de esas bajadas me torcí el tobillo. No llegué a caer, pero el daño estaba hecho, y lo peor es que venía de una lesión previa en ese mismo tobillo.

Por suerte, tras un kilómetro, el tobillo se calentó y pude seguir adelante. Entonces llegaron los obstáculos de fuerza, y aunque mi tobillo seguía molestando, logré superarlos. La primera prueba fue transportar a pulso una bola de roca enorme. Si consigues enlazar bien las manos, es más fácil, pero no lo logré, así que tuve que hacer un esfuerzo extra. Luego vino el carro cargado de peso, la polea, más barras, y escalar la cuerda. Todo lo superé, aunque sin poder apretar el ritmo que quería debido al tobillo.

Llegaron las penalizaciones. Fallé en el obstáculo de jabalina, y como castigo, tuve que cargar unas cadenas pesadas sobre el cuello y los hombros. Fue agotador, y el avance se volvió lento. Luego fallé en el slackline y de nuevo, más cadenas. Cada paso era un reto, y el desgaste físico se acumulaba.

Y justo cuando creía que el frío me estaba dando tregua, aparecieron los fosos. Eran interminables. Tenías que correr unos 100 metros y luego meterte en fosos de 20 metros llenos de agua helada, una y otra vez. Salías tiritando y volvías a meterte en otro. Además, el frío me caló mucho más de lo normal porque llevaba ropa de mal secado, otra novatada que me pasó factura. El frío se fue acumulando hasta el punto de provocarme temblores tan fuertes que empecé a tener rampas en la mandíbula, algo tan doloroso como angustioso, porque apenas podía respirar.

Lo más difícil de estas competiciones no es solo el esfuerzo físico o los obstáculos. A veces, lo más duro es aceptar que ha llegado el momento de parar. Hace años, habría seguido hasta el final, por pura cabezonería, aunque mi cuerpo me estuviera pidiendo que parara. Pero con el tiempo he aprendido que intentar acabar una carrera a cualquier precio solo te trae más problemas. En el kilómetro 15, tras torcerme el tobillo de nuevo, supe que tenía que tomar la decisión de abandonar.

Muchos me dijeron: “¿Por qué no te apuntas a la de 10 kilómetros, que tienes más controlada?”. A pesar de que sigue siendo una competición durísima, es cierto que la distancia más corta ya la tenía más dominada. Pero no era lo que quería. Sabía que correr la Spartan Beast de 21 kilómetros era asumir un riesgo, pero también sabía que esa es la manera que me hará aprender y entender mejor este deporte.

La Spartan Beast de Barcelona es altamente exigente y requiere mucha dosificación y planificación para competir con garantías. La realidad es que asumí demasiados riesgos: en la distancia a la que me apunté, en el ritmo que decidí llevar y en cómo quise superar los obstáculos. Pero asumir altos riesgos implica que hay muchas más probabilidades de fallar, y eso es una parte fundamental para avanzar y entender dónde están tus límites. Conocerlos te permite saber qué tienes que superar y cómo hacerlo.

El deporte que he elegido tiene estos riesgos. Sabemos que cuando te metes en una carrera así, existe la posibilidad de que te pase lo que me ocurrió hoy, sobre todo en los primeros años. Pero creo firmemente que, para conocer y amar un deporte, tienes que pasar por todas sus fases: las del éxito y, por supuesto, las del fracaso.

Hoy no he terminado la carrera, pero eso no significa que haya fallado. He vuelto oficialmente a la competición, y aunque el día no haya salido como esperaba, me llevo una lección más valiosa que cualquier trofeo. Esto no es el final, es solo un nuevo comienzo. Volveré más fuerte, con más cabeza, más calma y, sobre todo, con más coraje.

Y antes de despedirme, quiero aprovechar para felicitar a mis compañeros del equipo Leyendas OCR. Luis y Víctor, enhorabuena por ese podio. Y Emilio y Marta, vuestro gran resultado merece toda mi admiración. ¡Un gran día para el equipo!

jueves, 21 de septiembre de 2017

MIDNIGHT TRAIL BARCELONA 2017

Me encuentro a 10 segundos de empezar la midnight trail de Barcelona. Una carrera de trail nocturna que tiene la característica de ser muy polivalente: O llanos pisteros y corribles o subidas que concentran muchisimo desnivel en poca distancia.

Estas carreras son muy agónicas física y mentalmente. Es fácil medirse en un 10.000 plano o en un sube y baja ya que controlas tu ritmo sabiendo como responderá tu cuerpo, pero en una carrera donde te puedes topar con una pista de 4 km seguidos o 300 metros de escaleras... Es difícil saber si los ritmos que llevas son los adecuados.

A nivel estratégico no te puedes fiar de nada. Misma comparación: Si te alejas en un puerto de montaña sabes que estás más fuerte y eso te tranquiliza, si te alejas en una carrera tan polivalente no sabes si el corredor que tienes detrás es un escalador espectacular o se está ahorrando energía para bapulearte en el desnivel.


No planteo ninguna estrategia antes de salir: No me encuentro bien físicamente y estoy bastante cansado mentalmente. Lo dejo 100% a la imporvisación de carrera.

La metereología puede ser adversa o favorable según cómo decidas tomártelo. Hay una cosa clara, todos estamos dentro del mismo barco: Hace frío, lluvia, la niebla es espesa y el viento frena mucho en carrera. Pues mejor, cuanto más dura sea y menos te asustes más favorables son para tí las circunstancias. Así que salgo indeciso pero con la idea clara de ir a por todas.

El primer quilómetro es para romper la carrera ya que es una pista ancha que desenboca en una estrecha trialera. Llegamos un grupo de unos 6 corredores al tramo técnico. Me lo conozco muy bien pero no quiero apretar las tuercas asumiendo el riesgo de torcedura de tobillo, hay tiempo y distancia para destacar, este no es el momento.

La trialera se me hace excesivamente lenta ya que se me cuela un claro corredor de carretera delante y me ralentiza claramente mi ritmo de bajada haciendo que dos corredores se me escapen. Aprovecho una cresta de rocas para adelantar a este corredor por en medio de la misma y no dejar tanta distancia. Arriesgado... sí, pero así me salio.

Hay que tener en cuenta que lo peor que pueda pasar cuando las condiciones climáticas son ventosas y lluviosas es que tengas que salir de un grupo para coger la cabeza en el primer kilómetro. Pues eso es lo que me ocurre.

Por suerte en el últmo tramo de bajada he podido recortar algo y la distancia no supera los 15 metros. Hay que tener cuidado en estas situaciones ya que si decides coger el siguiente grupo demasiado rápido puedes incurrir en un elevado desgaste muscular que se hubiese evitado con algo más progresivo. De todos modos, tampoco puedes estar demasiado tiempo en medio ya que el viento te frena y no te aprovechas.

Toca una bajada pistera larga, por suerte no tardo mucho en cogerlos y sobrepasarlos. Se ponen detrás de mí y estabilizo mi ritmo adaptándome al suyo. Poco a poco escucho los pasos más alejados. En las bajadas pisteras el impacto es mucho más elevado de lo normal: Vás a ritmos altos y el salto de la zancada es más largo. Eso hace que el estómago me avise con los clásicos pinchazos en el costado.

Llego al plano de "la carretera de las aguas" primero y a muy pocos metros del segundo. Al quilómetro me doy cuenta que soy más contundente en la pista de tierra así que decido aprovecharme y voy al límite, me pongo a unos 3:35min/km. Hay que tener en cuenta que luego empieza todo el desnivel.

Subo el tramo de escaleras y la subida de tierra con muchos problemas, noto claramente que me recortan distancia, aunque no la sufieciente. Cuando llego arriba empieza una bajada que se convierte en un tramo de pura orientación: La niebla es muy espesa y he de bajar muy lento para ver las balizas y los elementos naturales que me pueda entorpecer.

A 2 km de la llegada al tibidavo noto como el gemelo izquierdo se empieza a tensar. Al borde de la rampa. Si eso ocurre la carrera no es que esté perdida sino es que tendré serios problemas en llegar a meta. Los futboleros ya sabéis como funciona esto de las rampas: Se empieza a notar el gemelo cargado y cuando menos te lo esperas ¡PUM! A retorcerse de dolor.

Empiezo a pisar de lado y procurando que el pie izquierdo pise plano todo el rato. Con la cabeza intento controlar las tensiones o pensar en otras cosas.

"No me puede pasar esto ahora, sería demasiado injusto"

Aguanta el músculo y llego a la zona de meta entre aplausos y ánimos, me doy la vuelta y me tranquiliza saber que afrontaré sólo la subida al templo del tibidavo, así que me lo tomo con calma para evitar la rampa. Llego a meta en primera posición.

Cuando cruzo el arco me desplomo al suelo con la cinta entre mis manos y una sonrrisa de lado a lado. Me levanto al poco rato y me dirijo directo a abrazar a Patricia que me está esperando en el propio pasillo de llegada.

¡Como siempre corro con la equipación de Kalenji de pies a cabeza! Y para variar no me defrauda en absoluto.

En las carreras de montaña el planteamiento que hagas en carrera es muy importante, pero más importante es aún, no dejarte imponer por absolutamente nada.


Salud y km




lunes, 24 de octubre de 2016

Segundo intento en Los Templarios


Estamos ya preparados en la línea de salida en Millau, ciudad situada en el sur de Francia. El ambiente que rodea la carrera es único, no sólo se celebra una fiesta deportiva al redor de la carrera, sino que la gente vive las competiciones con auténtica pasión por los corredores.

Se respira algo indescriptible. Al fin y al cabo, dicen que es la ciudad donde se originó el trail, es la competición donde empezó este maravilloso y duro deporte.

Suena la canción de los templarios a 10 segundos del inicio. Se genera un silencio por parte de los corredores y del público como si se tratara de un acto de respeto a la montaña. Mi piel florece.

A pesar de mi experiencia y mi calidad técnica en las carreras de montaña hoy tengo miedo. Hay que recordar de que el año pasado esta montaña me lo hizo pasar muy mal y he venido a sacarme esa espina que me dejó.

Este año me he juntado con los más rápidos. Corro “Les trobadours” 12 km de intensa y técnica montaña donde no hay tiempo para respirar.

Tres segundos del inicio. Cierro los ojos y me lo creo: “Jorge, es tu carrera. Tu mandas”.

A un segundo de la salida compruebo que está mi elefantito en el bolsillo y salimos como si se tratara de 800 metros lisos. Mi idea era empezar con precaución, pero no pienso dejar que la cabeza me gane ni un solo metro. Vamos a 3 min/km pero a los pocos metros reducimos a 3:25 min/km y nos estabilizamos en esta primera parte llana.

Un primer km de asfalto donde ya rompemos radicalmente la carrera un grupo de 7 corredores. A partir de ahora mis “Kalenji Kiprace” sólo pisarán montaña. Decido tomar la iniciativa y apretar en la primera subida de pista.

A medida que pasan los primeros km escucho menos jadeos tras mi nuca. Se van quedando descolgados poco a poco hasta que empieza la parte técnica y sólo quedamos dos.

He forzado mucho para quedarme en la cabeza y no he podido dejar a todos atrás así que le dejo mi plaza y bajo el ritmo. Las piernas me pesan mucho y no hemos llegado ni a la mitad de la carrera. Llego arriba del primer trecho técnico en tercera posición, pero a rueda del segundo.

En el plano y en la bajada me veo el más fuerte de la carrera, pero no aprieto el ritmo ya que el terreno es excesivamente agresivo y puedo perder la carrera por caída o torcedura. Me pongo justo detrás suyo y cojo aire.

Es curioso mi planteamiento precavido de las carreras en comparación a lo que era. Ya he tenido los suficientes fracasos para saber que a estas carreras hay que respetarlas.

El trail va transcurriendo y dejo escapar al segundo corredor en un par de subidas que bajo considerablemente el ritmo para no llegar al fallo muscular. Decido no arriesgar en las bajadas (teniendo los cuádriceps así hablamos de 50% bajar sin caer, 50% barrer el suelo).

Trozos que recorto distancia y otros que la pierdo. La conclusión es que llego al pasillo de meta con la tercera posición afianzada.

Me paro en la línea de meta y me arrodillo con la cabeza apoyada en el suelo. Es un gesto que nunca me imaginaría que haría, pero fue tan espontáneo que me dejé llevar. Posiblemente fue una reacción tras sacar todos los miedos de mi cuerpo y demostrarme que soy capaz de subirme al pódium en el festival de los templarios.


“Jorge Tarrago From Espagne” Grita el speaker.

Miro a mi equipo Kalenji España que me han apoyado desde el minuto 0 y alzo los brazos para corresponderles. Ellos confiaban en mí y eso han sido inyecciones necesarias de energía para la carrera.

Más motivado que nunca para seguir dando mi 100% en la montaña.

Salud y técnicos km,



sábado, 17 de septiembre de 2016

Midnight Trail Barcelona 2016


Hoy corro en mi casa. Desde hace años que llevo explorando esta montaña, he recorrido miles de kilómetros por estas pistas y estas trialeras. Hoy corro en Collserola, Barcelona.

La salida siempre impone, por mucha experiencia que tengas y por mucha confianza que tengas en ti mismo los atletas siguen dando miedo. Me auto convenzo de unas palabras que me dijo un amigo antes de una carrera en la que debatíamos las dificultades de subir al pódium: “Jorge, tu eres caballo ganador”

Suena el disparo inicial y nos lanzamos al ataque. Es un primer kilómetro y medio de bajada donde está claro que los primeros querrán correr para coger el primer sendero sin torpezas. Sabía que la cabeza de grupo iría rápido… Pero no me imaginaba que empezaríamos por debajo de los 3 min/km.

Una mala salida junto con atletas que entorpecen mi ritmo me dificulta mucho coger a los tres primeros que se desmarcan a los 500 metros de carrera. Al segundo km voy con ellos.

Seguimos bajando por una pista que me la conozco de memoria. Los tres primeros imponen un ritmo que prefiero no seguir y mantenerme un poco al margen. Soy un corredor que siempre pruebo en la cabeza del grupo y no dejo que nadie se me escape en los primeros kilómetros, pero lo de hoy es lo nunca visto. Siguen por debajo de tres.

No me preocupa en exceso porque no los pierdo de vista. Llegamos a la carretera de las aguas, toca un plano de unos 3 km. No les recorto distancia, siguen yendo con mucha fuerza. Me asusto, no es normal que no bajen el ritmo. Hay una realidad a la que me debería ceñir: “Si no estoy allí con ellos, es porque no puedo” Pero hay una parte más soñadora: “Si no estoy allí, es porque no quiero” Me aferro a esto y cambio el chip: “A por ellos”. Subo mi ritmo y junto con ellos lo inevitable, mis pulsaciones.

Sé que estoy arriesgando, luego viene un km en el que acumula más de 200m de D+. Si llego allí tocado se acabó todo.

Llega el primer reventón del grupo de cabeza. Adelanto al tercero con cierta facilidad, me queda, los dos primeros (entre ellos el actual campeón de Barcelona night trail).

Empezamos rampas superiores a un 25% de pendiente, 200 metros de escaleras y para concluir una subida de rocas de más de 250 metros de largo. Se me hace tan duro que cuando subo el último escalón me da una arcada y expulso unos cuantos quicos. No sólo aguanto como puedo la última rampa, sino que también pillo a la cabeza. Ya estoy aquí.

Sigue transcurriendo la carrera y rompemos el grupo de tres quedándonos dos en la cabeza. Le lanzo algún ataque para dejarlo atrás, pero me aguanta sin forzar la respiración. Dónde hay pierna… Poco hay que hacer. Se me escapa y aguanto la segunda posición hasta el templo del tibidabo. Pero esto no acaba aquí, queda lo peor, subir hasta el punto más alto y volver a bajar.

No sé si habéis subido ese templo por las escaleras de caracola estrechas. ¿Son duras e? Imaginaros lo mismo tras correr 15 km de locura y con la presión de que hay un atleta a menos de 10 metros con un solo objetivo: Ganarte.

Mi cabeza me pide tres mil veces por segundo que pare y camine. Noto que la musculatura me está fallando, está llegando a su límite. Como si en cualquier momento voy a caer desplomado a sólo unos escalones de la meta.

Llego arriba sin reservas, sin nada, ya sólo es la cabeza quien está empujando al cuerpo. Va, sólo quedas tú, tira de mí. Todo mi cuerpo ha cedido. Bajo ayudándome con los brazos y a trompicones como si me persiguiera el diablo.

Cruzo la meta en segundo lugar representado al equipo de Kalenji. Estoy contentísimo de mi resultado porque una vez más sé que he dado mi 100%. Un pódium que me ha costado mucho sufrimiento físico y también tiene su dura parte psicológica en carrera.


Espectacular inicio de temporada. Con mucha fuerza física y mental.

Un detalle que no se me puede olvidar: Sigue estando mi elefantito en el bolsillo de mi pantalón.

Salud y km,

miércoles, 27 de enero de 2016

Nacer, entrenar y arriesgar


Cursa sant vicenç de Mollet del Vallès

Los comentarios previos a la carrera se basaban en quien quedaría segundo, tercero, cuarto… A mí me nombraban a partir del cuarto puesto, las tres primeras posiciones estaban ya cogidas, sobretodo la primera, como si se tratara de una lista inamovible. Y lo bonito del deporte, en realidad, está en las sorpresas y no en lo que se supone que tiene que ocurrir.

Todos hablaban del mismo: Otmani. Un corredor que juega en otra liga, muy por encima del resto. Pues en ese momento me creí la imposibilidad de robarle la posición. Pero lo que piensas fuera de competición no tiene nada que ver con lo que piensas cuando estás dentro.

La gente me conoce y estoy entre los favoritos, pero paso a un segundo plano. En el momento de la salida sólo había una persona que se creía que podía ganar, y desgraciadamente, no era yo.

Suena el disparo y me coloco en el primer grupo de carrera. Durante los primeros km me mantengo muy cómodo, pero no quiero arriesgar a escaparme, tomaré las decisiones según lo que hagan los tres fantásticos que todo el mundo me ha estado nombrando.

Hasta el km 3 nadie toma la iniciativa y lo único que sucede es una selección natural por un ritmo progresivo.

Sólo empezar escucho muchas zancadas que resuenan por la parte trasera de mis oídos, a los dos km ya se escuchan menos, y menos, y de repente sólo escucho unas pisadas. Miró hacia al lado y me pasa Otmani por debajo de tres minutos el km. Estamos en el km 6 y aún queda mucha carrera por delante.

Cierto es que a menos de 10 metros hay dos corredores, pero en estas carreras hay una cosa clara que aprendí en un trail de montaña que iba en la cabeza con dos grandes campeones, les advertí que a menos de 20 metros teníamos una atleta. Recuerdo que me sonrió y me dijo: “Si no está aquí no es porque no quiera, es porque no puede”.

Me da la sensación de que el atleta marroquí se me puede escapar, no le puedo dar ni un metro de confianza, tengo que estar detrás de sus talones. Allí entra un debate en mi cabeza, si conservo la posición no tendré problemas, pero me he de conformar con un segundo lugar. Si le intento seguir puede ser que gane, pero caigo en el riesgo de petar e irme fuera de todo pódium. Se resuelve mi duda rápido, me siento bien y voy a apretarle, me olvido de quien es y me centro en pensar en quien soy yo.

Miro mi reloj y veo que voy por debajo de 2:50 el km y estamos cruzando el km 7. Aguanto allí con la incertidumbre de cómo responderá mi cuerpo.

Estos momentos de carrera son espectaculares, hay muchísimas personas animando y gritando en cada punto de la carrera, una cámara sobre una moto a menos de un metro de tus piernas y una tensión especial provocada por el corredor que tengo a mi lado.

Tengo una cosa clara, si llegamos a la pista juntos… Ganaré, no perderé en un sprint. Me seducía mucho la idea de luchar toda la carrera los últimos 100 metros, pero no pudo ser así. Algo pasa con Otmani y se queda atrás, me quedo con el liderato de carrera a tan solo 1,5 km de la meta.


En esos momentos sé que he ganado, aunque queda una última subida. Estoy cómodo y el segundo puesto está suficientemente alejado para que pueda saborear un último km de carrera.

Llego a la pista de atletismo y se me pone la piel de gallina, hay muchísima gente aplaudiendo en silencio. Pero eso no es lo que me hace emocionarme, sino las caras de sorpresa de la gente.

Cruzo la meta y grito de emoción. Esta carrera la corrí hace tres años y me llevé una decepción al quedar en posición 33. Prometí algo: “Volveré”, no hace falta especificar para que quería volver, se sobreentendía. Hoy vuelvo a estar aquí, pero los papeles han cambiado.  33:32 minutos



Miro a la persona que sí creía en mí y me lanzo sobre ella, vuelve a estar una vez más al pie del cañón. No sólo en la meta sino durante toda la carrera. Porque como siempre, en el bolsillo interior de mi pantalón me acompaña el ya famoso elefantito con la trompa hacia arriba. Gracias una vez más.

Una última reflexión: En el deporte y en la vida, hay muchos que nacen y se entrenan para algo, pero el mejor entre todos estos, es el que se equivoca, es decir, el que arriesga.






Un gran honor haber ganado también en categoría equipos con Kalenji Team. Gracias por hacerme más fácil esto, increíbles sensaciones con la nueva equipación de Kalenji.


jueves, 19 de noviembre de 2015

Maratón de Valencia

La estrategia de la carrera la tengo muy clara, voy a salir a comprometer a mis piernas. Soy un atleta amante al riesgo, eso quiere decir, que me planteo objetivos ambiciosos asumiendo la clara posibilidad de petar en carrera o hasta incluso lesionarme.

Si hablamos de distancias inferiores o iguales al medio maratón tomar actitudes agresivas en carrera implica poder acabar los últimos km de carrera con muchos problemas. Pero no perderás una gran cantidad de tiempo ya que no estarás más de 3 km con dificultades.

Tomar una actitud imprudente y arriesgada en un Maratón es jugarse el pellejo, porque si la musculatura te avisa en el km 25… Tienes un serio problema, lo digo por experiencia…

Así salí yo, a un ritmo de 1h:17 el medio maratón. En ese grupo me siento muy a gusto, puedo aguantar bien allí y estoy arropado por el resto de corredores. Llevo un ritmo superior a mi objetivo ambición (2h:35min) pero me siento bien y no puedo desaprovechar la oportunidad de avanzar km. Gran error.

No estoy acostumbrado a distancias tan largas. Me ha costado mucho tiempo ser inteligente en carreras de hasta 21 km. Pero parece que me llevará otro tiempo trasladar esa prudencia e inteligencia de carrera a la distancia de 42.

Al km 17 me separo un poco del grupo porque está mi novia esperándome para animarme, voy tan sobrado  y soy tan chulocarreras (o eso creía) que me paro, le doy un beso y sigo corriendo. Algún corredor bromea conmigo.

Paso el km 21 en 1h:17 min pero me veo con fuerzas así que cometo un segundo error, aún más absurdo que el primero, y no es nada más y nada menos que distanciarme del grupo entero. Me voy a correr sólo.

Para que os hagáis una idea es como si estás haciendo un trabajo grupal con personas tan inteligentes y aplicadas como tú. Tu sólo tienes que hacer una parte del trabajo ya que el resto se encargará de lo suyo. Pero eres lo tan sumamente espabilado y lumbreras que decides hacer todo el trabajo sólo. Pues sí, eso es lo que hice.

Las sensaciones eran increíbles ya que las calles estaban abarrotadas de gente a los dos lados y todos me animaban a mí. Sabía que al km 25 me volvía a esperar mi novia así que quería que me viera en la misma posición, separado de uno de los grupos más fuertes de carrera.

La realidad empieza a cobrar vida y el bajón muscular aparece. Lo dicho, que te pase esto en el km 25 es lo peor que te pueda pasar. Paso al lado de mi novia y ya no soy tan chulito, a duras penas le choco los cinco.

Así que, no deciros mucho de los otros 17 km… Un suplicio que se acentúa cada km hasta el punto que voy a un ritmo tan bajo que me daba la sensación que estaba retrocediendo. Cada km era eterno, y cuando veía que había pasado un km no pensaba en que ya quedaban menos km, sino en que aún quedan muchos km.

Poco a poco cruzo la meta en un estado catatónico y al borde de la rampa muscular, por suerte esta no llegó en ningún momento, pero de poco me fue.

En estas carreras te da tiempo a pensar en muchas cosas, pero cuando estás hecho polvo sólo piensas en la meta y en su glorioso descanso. Bueno, esto es lo que se debería pensar, yo pensaba en la meta y en la gloriosa cerveza.

Voy directo al chiringuito de cervezas (o así le llamaban) y le digo que me ponga dos cañas. El voluntario de carrera se ríe y me sirve dos claras, vamos, una mierda de limonada (perdón por la palabra malsonante, así lo veía en ese momento). Le miro y le digo:

-       Nono, jeje, no lo has entendido, dos cañas.
-       Sólo tenemos esto- Dice el camarero con una risita de subnormal (Un buen chico, pero así lo veía también en el momento)
-       Je..jeje, en serio, dame las cañas va.
-       Nono, es que no hay. Sólo hay esto que tiene un 0,2% de alcohol.

Si, me molestó mucho. ¿0,2% de alcohol? No lo entiendo, es como servirse un café y pedir 4 bolitas de azúcar. Da igual, el tema es la carrera.

A pesar de todo muy contento con el resultado, ya que acabar una carrera tan larga siempre es muy gratificante.

Gracias a Kalenji por prestarme toda la ropa para poder competir.

Salud y km,



miércoles, 28 de octubre de 2015

Trail de las templiers

Cuando llegamos allí el primer día me quedé atónito con el espectáculo que había montado entorno a la competición. Una cantidad de gente descomunal que estaban allí para disfrutar del atletismo de montaña.


Ver la llegada de algunos corredores a la meta común que tenían todas las competiciones que se celebraban durante esos días me hacía florecer en mi piel la famosa gallina. Era espectacular... Estoy en una de las fiestas más importantes del Trail, mi deporte pasión.

Por fin llega mi salida, me coloco en primera fila aún sabiendo que hoy hay atletas de alto nivel. Voy a salir a por todas, no dudo de mi capacidad de dar la sorpresa.

Compito en nombre de Kalenji España y quiero dar la talla. He compartido un día con el resto del equipo y no quiero defraudarles, quiero que se sientan orgullosos de mí, quiero llegar a mi tienda y explicarles lo que he conseguido, quiero escuchar a mi padre felicitarme... Voy a dar mi 100%, lo tengo claro.

Suena la canción de las templiers y dan el inicio e la carrera, me coloco en el primer grupo. Quiero empezar la primera subida en este grupo. Al km 1 tomo la iniciativa y ataco a 3:15 el km en el plano, quiero desgastar a los atletas más débiles antes de la subida. 

Empieza la subida, aguantamos tres en la cabeza a un ritmo muy alto, si la pendiente se mantiene podré aguantar. Ante mi sorpresa comienza una subida de una pendiente de un 30%. Efectivamente, una pared. El primer y el segundo corredor se me escapan y aguanto la tercera posición luchando como puedo con la subida.

Se hace interminable, es muy dura, posiblemente nunca me había encontrado con un rompepiernas tan largo. Noto los cuadricep que poco a poco llegan a su límite potencial, tengo ganas de coger el plano para soltar las piernas. El tercer corredor me adelanta y me quedo fuera del pódium.

Cuando llego a la parte más alta me doy cuenta de que voy cuarto con cierta diferencia del quinto, ahora sólo tengo que aguantar el tipo. Una cuarta posición en esta carrera es más que suficiente... Ya os podéis imaginar que no hablo en serio,  voy a la caza de la cabeza de carrera. Me considero un atleta muy potente en el plano de montaña, puedo recortar tiempo km a km.

Me pongo a ritmos muy altos y me quedo sólo entre presas y depredadores. Yo sólo pienso en mis presas.

Adelanto al tercer atleta y cruzo el primer punto de control con una posición que va a ser muy dura de aguantar en el pódium.

Me siento bien, y se que podré aguantar hasta el final, tengo una buena posición asegurada. Cojo una subida que viene siendo pura escalada, me ayudo con las manos para impulsarme. No me veo flojo, pero llegaré muy justo al final de carrera. Tengo el agua justa para llegar hasta el final.

No veo señales por ningún lado, sigo subiendo con la esperanza de ver algo. A los 30 metros veo un cartel que pone "la Solarite". Básicamente se podría traducir en: "Te has equivocado de camino campeón". Doy media vuelta y al cabo de un par de km cojo al denso del grupo. He pasado de ir tercero a 70. Un golpe psicológico me tumba al suelo, me desanimo completamente, me siento y empiezo a observar el paisaje mientras medito. 

"Voy a abandonar, es injusto, no me merezco esto, he luchado para estar entre los primeros"
Una parte de mí me hace levantarme y correr como si fueran los últimos 100 metros. Estoy lleno de rabia y pierdo el control, me pongo a subir a más de 180 pulsaciones adelantando a los competidores que caminaban. No pienso en las consecuencias que me traerá.

Llegando a la parte de arriba ocurre lo que tenía que pasar, se me suben los cuadricep y me retuerzo de dolor en el suelo. No recibo ayuda de nadie y tengo que controlar yo el músculo de cabeza. Es difícil de explicar la situación en la que me encontraba, he pasado de estar en tercer lugar con suficiente fuerza como para aguantar a estar retorciéndome de dolor en el suelo a 10 km de la meta.

Llego al punto de control como puedo y pido retirarme. Lo tengo claro, no quiero seguir. Me siento en una silla y empiezo a recriminarme mi error en voz alta. No quiero saber de nada ni de nadie, que me lleven al hotel y me pongo a dormir.

Me llega una imagen a la cabeza, mi primer duatlón: Rompí la patilla de cambio de la bicicleta en el primer km y decidí correr 21 km con una bici a cuestas para acabar la carrera. ¿Dónde está ese deportista?

He ganado muchas carreras desde entonces y ya no se cruzar metas en posiciones tan retrasadas. Me preocupa lo que puedan pensar de mí, me parece injusto. Últimamente si voy bien acabo, si me pasa algo me retiro. Pero... tú nunca has corrido para nadie, corres por ti. ¿Dónde esta ese Jorge que ha llegado a metas vomitando, sangrando o hasta incluso al borde del desmayo? ¿Dónde está ese Jorge que nunca se rinde? ¿Ya no es capaz de aguantar los golpes que da el deporte?

Tengo los ojos lagrimados porque me veo incapaz esta vez. Me levanto para dirigirme al coche que me bajará hasta abajo. Me siento en la parte trasera y noto un pinchazo en la lumbar, tengo algo en el bolsillo. Es un elefante con la trompa hacia arriba: Me lo regaló mi novia hace unos meses como amuleto de la suerte, me dijo que con eso nunca nada me podría ir mal, lo llevo en todas las carreras. Me había olvidado hasta incluso de eso.

"Stop¡, I will run" Grito mientras estoy bajándome del coche.

Así soy yo, no voy a rendirme, he venido a algo: cruzar una meta. Y para ello tendré que luchar con la parte más dura de una carrera, muy por encima de los dolores físicos, vencer a la bestia mala de nuestra mente.

Me acuerdo de todos: mis compañeros de Decathlon Mollet que me dieron ánimos antes de salir, me acuerdo de mi equipo de Kalenji como me decían que podía con todo, de mis padres, mis amigos... Poco a poco llego a la meta. 

¿Cómo estoy? ¡Mejor que nunca!, una derrota que me ha valido como cinco victorias. He vuelto a ser lo que era: "Un chalado que nunca se da por vencido"

Prepararos, una bestia a despertado. Muy orgulloso de mi equipo Kalenji en Templiers: Eva Benz, Vicente Roig, Llorenç Sarrión y Alejandro Reina. He acabado en parte por vosotros. 

¡¡Vamos Kalenji Team!! Esto sólo ha hecho que empezar.




Salud y km desconocidos.