Calma, Cabeza y Coraje: El Regreso a la Competición
Hoy ha sido un día que no voy a olvidar fácilmente. La Spartan Race de Barcelona me puso a prueba como pocas veces. Llegué a la línea de salida con sensaciones de inseguridad, en parte por la falta de sueño, ya que había pasado la noche cuidando a mi hijo Nico, que tenía una infección en la boca. Cuando estás a punto de competir en algo así, el miedo y las dudas pueden invadirte rápidamente, generando adrenalina y cortisol, que te ponen en alerta, pero que, si no los gestionas bien, pueden jugarte una mala pasada. La clave para contrarrestar eso es nutrirte de pensamientos positivos, de logros anteriores, generando dopamina, la hormona de la motivación. Sin embargo, esa mañana no fui capaz de hacerlo y empecé la carrera con demasiados miedos.
Competía con mi equipo, Leyendas OCR, lo que me daba aún más motivación, pero también más presión. Todos sabíamos que iba a ser una prueba durísima. El primer choque de realidad llegó en el kilómetro uno, cuando nos tiraron directamente a un lago helado. Apenas había amanecido y estábamos en las montañas, así que el frío calaba hasta los huesos. No había tiempo para pensar, simplemente seguí adelante. Tras salir del agua, empecé a coger posiciones y a adelantar corredores. Al poco tiempo, me había colocado entre los diez primeros, y de esos diez, solo cuatro éramos españoles. Allí estaba, con sensaciones duras, pero por el momento controladas.
Y, hablando de riesgos, también decidí asumirlos en los obstáculos, algo inexperto por mi parte, porque no siempre compensa. En el obstáculo de barras, que normalmente no me da problemas, quise ir demasiado rápido. En lugar de asegurarme con ambas manos, me balanceé de una barra a otra, y resbalé. Caí desde unos 2,5 metros de altura, golpeándome el codo y la cadera. Fue un recordatorio de que esta iba a ser una carrera muy dura.
A partir de ahí, mantener la concentración se volvió crucial, especialmente en las bajadas. En este tipo de carreras, las bajadas son trialeras muy técnicas, donde se va a ritmos altísimos, y un paso en falso puede suponer una lesión segura. Es fundamental una concentración brutal. Iba tan centrado en el dolor del codo y en la herida que en una de esas bajadas me torcí el tobillo. No llegué a caer, pero el daño estaba hecho, y lo peor es que venía de una lesión previa en ese mismo tobillo.
Por suerte, tras un kilómetro, el tobillo se calentó y pude seguir adelante. Entonces llegaron los obstáculos de fuerza, y aunque mi tobillo seguía molestando, logré superarlos. La primera prueba fue transportar a pulso una bola de roca enorme. Si consigues enlazar bien las manos, es más fácil, pero no lo logré, así que tuve que hacer un esfuerzo extra. Luego vino el carro cargado de peso, la polea, más barras, y escalar la cuerda. Todo lo superé, aunque sin poder apretar el ritmo que quería debido al tobillo.
Llegaron las penalizaciones. Fallé en el obstáculo de jabalina, y como castigo, tuve que cargar unas cadenas pesadas sobre el cuello y los hombros. Fue agotador, y el avance se volvió lento. Luego fallé en el slackline y de nuevo, más cadenas. Cada paso era un reto, y el desgaste físico se acumulaba.
Y justo cuando creía que el frío me estaba dando tregua, aparecieron los fosos. Eran interminables. Tenías que correr unos 100 metros y luego meterte en fosos de 20 metros llenos de agua helada, una y otra vez. Salías tiritando y volvías a meterte en otro. Además, el frío me caló mucho más de lo normal porque llevaba ropa de mal secado, otra novatada que me pasó factura. El frío se fue acumulando hasta el punto de provocarme temblores tan fuertes que empecé a tener rampas en la mandíbula, algo tan doloroso como angustioso, porque apenas podía respirar.
Lo más difícil de estas competiciones no es solo el esfuerzo físico o los obstáculos. A veces, lo más duro es aceptar que ha llegado el momento de parar. Hace años, habría seguido hasta el final, por pura cabezonería, aunque mi cuerpo me estuviera pidiendo que parara. Pero con el tiempo he aprendido que intentar acabar una carrera a cualquier precio solo te trae más problemas. En el kilómetro 15, tras torcerme el tobillo de nuevo, supe que tenía que tomar la decisión de abandonar.
Muchos me dijeron: “¿Por qué no te apuntas a la de 10 kilómetros, que tienes más controlada?”. A pesar de que sigue siendo una competición durísima, es cierto que la distancia más corta ya la tenía más dominada. Pero no era lo que quería. Sabía que correr la Spartan Beast de 21 kilómetros era asumir un riesgo, pero también sabía que esa es la manera que me hará aprender y entender mejor este deporte.
La Spartan Beast de Barcelona es altamente exigente y requiere mucha dosificación y planificación para competir con garantías. La realidad es que asumí demasiados riesgos: en la distancia a la que me apunté, en el ritmo que decidí llevar y en cómo quise superar los obstáculos. Pero asumir altos riesgos implica que hay muchas más probabilidades de fallar, y eso es una parte fundamental para avanzar y entender dónde están tus límites. Conocerlos te permite saber qué tienes que superar y cómo hacerlo.
El deporte que he elegido tiene estos riesgos. Sabemos que cuando te metes en una carrera así, existe la posibilidad de que te pase lo que me ocurrió hoy, sobre todo en los primeros años. Pero creo firmemente que, para conocer y amar un deporte, tienes que pasar por todas sus fases: las del éxito y, por supuesto, las del fracaso.
Hoy no he terminado la carrera, pero eso no significa que haya fallado. He vuelto oficialmente a la competición, y aunque el día no haya salido como esperaba, me llevo una lección más valiosa que cualquier trofeo. Esto no es el final, es solo un nuevo comienzo. Volveré más fuerte, con más cabeza, más calma y, sobre todo, con más coraje.
Y antes de despedirme, quiero aprovechar para felicitar a mis compañeros del equipo Leyendas OCR. Luis y Víctor, enhorabuena por ese podio. Y Emilio y Marta, vuestro gran resultado merece toda mi admiración. ¡Un gran día para el equipo!