El día de la carrera iba con muchas dudas. Mi última experiencia en una competición de esta magnitud había terminado en abandono por una torcedura de tobillo, provocada posiblemente por una mala dosificación, esta vez no quería cometer los mismos errores. Sabía que el desafío que me esperaba en la Spartan Race de Mallorca iba a ser durísimo. Se trataba de 21 kilómetros de intensa montaña con un desnivel acumulado brutal, más de 30 obstáculos a superar y un factor añadido: la lluvia. Correr sobre barro es mucho más lento, ya que cada vez que despegas el pie del suelo tienes que hacer un esfuerzo extra. Esto hace que los ritmos caigan y las pulsaciones suban, lo que añade una carga extra tanto física como mentalmente. El terreno resbaladizo lo complicaba todo aún más. Los obstáculos de suspensión requerían más fuerza para evitar caer, los de equilibrio se convertían en una auténtica lotería (con el riesgo de caídas feas), y los obstáculos de peso necesitaban un esfuerzo extra, ya que resbalaban y hacían que la fuerza fuera clave. Además, el frío y la ropa mojada añadían un desafío extra. Sabía que tenía que ir con mucho cuidado, ya que cualquier error podría costarme la carrera.
Decidí no precipitarme. Al salir, mi planteamiento era claro: ir con calma. Durante los primeros kilómetros, me encontré en posiciones alejadas incluso del Top 10, es algo arriesgado pero la carrera es muy larga. Como no conocía a fondo la competición ni a mis contrincantes, creí que lo más inteligente era salir de manera medida, observando y obteniendo información sobre la carrera y los demás corredores.
Si salía muy fuerte, estaba asumiendo riesgos innecesarios, y esa no era mi intención. Quería saber cómo se comportaban mis competidores, conocer qué tipo de terreno me iba a encontrar y cómo me iba a sentir. No estaba dispuesto a cometer el mismo error de mi última carrera de obstáculos.
A medida que avanzaba, fui recogiendo información valiosa. Me di cuenta de que yo tenía una ventaja competitiva importante en las bajadas técnicas. Es fácil ver quién tiene los 4 siguientes pasos ya visualizados en la cabeza y quién no. Las bajadas técnicas requieren no solo agilidad, sino una mentalidad muy clara y la capacidad de anticiparse a lo que viene. Aquí es cuando los riesgos se multiplican: perder la concentración en este tipo de terrenos puede significar una caída, y por ende, la pérdida de la carrera. Además, en los obstáculos de suspensión, estaba a la altura de los mejores. Esto me dio confianza para seguir adelante. Con esta información, pude plantear cómo iba a abordar el resto de la carrera.
Cuando llegué a la primera bajada técnica de cierta longitud, sabía que tenía que aprovechar mi ventaja. El riesgo era alto, sobre todo con la lluvia, ya que una caída podría sacarme de la competición, pero había entrenado mucho esta parte del trail. Si había alguna posibilidad de ganar, tenía que aprovechar donde tengo ventaja. Apreté al máximo, y mi plan dio los resultados esperados: me escapé del grupo y logré distanciarme.
Los obstáculos de suspensión fueron extremadamente complicados debido a la lluvia. Tenía que ir mucho más lento en cada paso, ajustando al máximo el agarre para evitar el balanceo, que podría lanzarme fuera de la pista. Allí se requería paciencia, el cuerpo te pide ir rápido ya que tengo el nivel técnico y la fuerza para ventilarme esos obstáculos muy rápido pero con lluvia había que parar y asegurar cada paso.
En los obstáculos de peso, no tuve grandes dificultades. Algunos eran más largos de lo que esperaba, pero los controlé bien y no me fatigaron en exceso. Sin embargo, uno de los obstáculos que más me costó fue el de las cadenas. Llevar una cadena de 25 kg sobre el cuello es ya un reto en sí mismo, pero cuando te añaden una subida con pendientes del 20% y barro, la cosa se complica aún más. El esfuerzo físico aumenta considerablemente, y cada paso cuesta mucho más. Bajando, además, la sensación es de mayor precaución, ya que resbalar con el peso colgando puede ser peligroso y fácilmente provocar una lesión. Eso convirtió ese obstáculo en uno de los más exigentes de la carrera.
Al llegar a la parte más alta de la carrera, me encontré con un panorama que no me hubiese creído dos horas antes. Al girarme, no vi a nadie cerca. Estaba a unos 3 km de la meta: una bajada técnica y cuatro obstáculos más. Todo lo que tenía que hacer era no lesionarme y mantenerme enfocado. Me repetía a mí mismo: "Solo tienes que llegar, tranquilo, no asumas más riesgos".
Pero la naturaleza del reto no perdona. En una curva, resbalé y caí al suelo. El reflejo de los músculos al caer fue inmediato, pero sentí un tirón en el gemelo. A tan solo un kilómetro de la meta, con un gemelo al borde de las rampas, podía perder la carrera. Aquí no había tiempo para lamentaciones. En este tipo de pruebas, no hay margen para lloriqueos ni para recuperarse como en otros deportes. O sigues o pierdes, no hay más.
Me concentré al máximo en mi pisada y en el músculo afectado. Con la cabeza puesta en la meta, seguí adelante, sin perder la concentración.
A tan solo 100 metros de la meta, fallé el lanzamiento de la jabalina. El castigo: 30 burpees. En ese momento, el cansancio acumulado de 21 km, más de 1000 metros de desnivel y 30 obstáculos hacen que ese castigo sea una auténtica odisea. Pero la ventaja que había sacado me permitió acabarlos sin tener la presión del segundo.
Ya quedaban sólo dos obstáculos y la cortina de fuego. Afortunadamente, ya estaba lo suficientemente cerca de la meta como para sentir que la victoria estaba al alcance. Salté las brasas finales, y crucé la meta en primera posición.
¿Lo primero que hice? Coger el móvil y decírselo a mis más cercanos: "¡He ganado! ¡Primero! ¡No me lo puedo ni creer! ¡He ganado!"
En ese momento, me vino a la mente todo lo vivido. La frustración, la impotencia, la rabia que se siente cuando todo el trabajo y sacrificio se traducen en abandonar una carrera. Detrás de estas competiciones hay muchísimo esfuerzo y sacrificio que van mucho más allá de lo físico. Y cuando todo eso se va al traste con un abandono, cuesta muchísimo entenderlo. Recordé lo que me costó volver a ponerme en la línea de salida de una competición tan exigente, lo hice de manera algo impulsiva, con el miedo de volver a abandonar por segunda vez.
Pero había alguien que lo tenía claro. Al volver a mirar la conversación, leo el mensaje que me mandó mi mujer antes de salir: "Avísame cuando ganes".