martes, 18 de marzo de 2014

Camino de Santiago: Experiencias que siempre valen la pena


He recorrido más de 500 km en 5 días sobre una bicicleta que cargaba 15 Kg de equipaje: He sufrido dolores de espalda, de hombros y de cuello, tanto que era difícil dormir sobre aquellas camas rígidas, por no hablar de las piernas. He pasado momentos de frío, en los que quieres dejar el pedaleo y ponerte las manos bajo el culote para calentarte. Momentos en los que quise coger la bici y lanzarla al aire con furia. He partido dos portabultos y he pinchado rueda varias veces, entre otros problemas técnicos.  Largas tiradas sin agua y comida por mala previsión. He estado pedaleando más de 10 horas en un día yo sólo, hasta el punto de que no puedes pensar en otra cosa que en la distancia que recorres.

No debería ser así el camino de Santiago, pero mi carácter y mi personalidad me hacen vivir las cosas de esta manera: Al límite. Y sinceramente, es increíble.

El sufrimiento en el mundo del ciclismo es duro, muy duro. Pero la satisfacción y las sensaciones que te producen son únicas y sólo se pueden entender cuando las vives.

He chutado literalmente mi bici por fallos en el cambio y la he levantado al aire con un corto grito que se calla por pasar del falsete. He apoyado la cabeza sobre el manillar por la impotencia y he pedaleado levantado sobre la bici con toda mi energía.

Pero tras todo este sufrimiento hay algo superior: La magia del camino existe. Ya es oficial.

La conversación con el pueblerino sobre cómo se ordeña una vaca resulta ser muy interesante, el cocido maragato o el pulpo gallego junto con una pinta es la mejor cena de la cocina mundial, el pueblo al que se llega es probablemente el más bonito de toda Europa, la ducha en el albergue es mejor que las que se da la rubia/morena/pelirroja de Loreal... Las sensaciones se intensifican al cubo por el hecho de haber sufrido tanto para acceder a ellas.

 
Cada una de esas pequeñas situaciones, que pueden ser hasta incluso aburridas, sientes que te las has ganado con tu propio esfuerzo, inconscientemente las relacionas con un premio merecido, logrado gracias a la larga pedaleada. Y por eso, nuestro subconsciente trabaja para que sean momentos únicos. Llamarlo autoengaño sano.

 
Para no aburrir al lector voy a explicar dos breves anécdotas que viví en el camino de Santiago y resultan divertidas e interesantes.

Salgo sobre la máquina  desde Ponferrada, dispuesto a llegar a Vilafranca del Bierzo a comer un buen tapeo de marisco y un plato de pasta. Las piernas están fuertemente agarrotadas, acumulan en ese mismo día 60 km, entre ellos 8 del puerto de rabanal.

Solo salir se parte el portabultos por el extremo de la tija. Debido al fuerte agotamiento físico y el estómago vacío me bajo de la bici como si fuera a abalanzarme sobre alguien, arranco el portabultos que esta colgando de un extremo y lo lanzo contra una pared de roca al mismo tiempo que grito: "¡¡Me ca..o en tu p... madre!!"

Dos peregrinos de origen asiático que estaban cerca en ese momento, agarran su mochila con fuerza por las dos asas y pasan por mi lado acelerando el paso con la cabeza centrada a dos metros de sus pies.

Tras buscar varias tiendas de bicicletas logro hallar con la solución gracias a la persona menos esperada: Una señora de 80 años.

Conseguí un portabultos que no era compatible ni para mi bici ni para el peso que llevaba. Pero estaba esta señora para solucionarme el problema. Me hizo un apaño recortando un trozo de neumático para agrandar el grosor de mi tija de tal manera que pude adaptar a la perfección el aparato de carga que tenía. Con dos pulpos sujetados desde el extremo del portabultos a la parte superior de la tija hizo que pueda cargar con más peso.

No se quedo allí, me cambió las pastillas de freno y el neumático trasero en menos de 6 minutos. No me dejó hacerlo a mí, cada vez que tendía una mano me daba una pequeña bofetada y me decía "quítese", con un marcado acento.

Increíble, no dudé en reconocer sus méritos y en preguntarle si tenía nietas.

"Hijo mío, el diablo sabe más por viejo que por diablo" Me arrancó las palabras de la boca.

Otra anécdota que me marcó:

Al día siguiente del inciso del portabultos noté fuertes dolores en mi rodilla izquierda. Sabía desde un primer momento lo que era: Un inicio de tendinitis. Un dolor fácil de evadir, calentando la musculatura es el remedio, al menos momentáneo. Eso hice, subí Ocebreiro y pedaleé 70 kilómetros más.

A 12 kilómetros de mi destino la rodilla empezó a dolerme mucho, me encontraba en un punto medio entre dos pueblos con albergues, a 12 km de cada uno. Tras más de 8 horas de pedaleo, cada kilómetro se hace muy largo y muy espeso.

Por suerte encontré un albergue a sólo 4 km de donde estaba. Ya no podía continuar, así que paré allí. Curiosamente el pueblo se llamaba "O Hospital", pero no había hospitales.

Conocí un peregrino que llevaba varios días caminando y paró en el mismo albergue por dolores en el talón de Aquiles. Le expliqué mi situación:

"He parado por dolores en la rodilla, pero mañana llegaré a Santiago cueste lo que cueste. Sólo estoy a 50 km. Con todo lo que he hecho no me parará ni la aviación americana"

No sé si me hubiese parado la aviación americana, yo creo que no, pero ese hombre sí que lo hizo, y sin lanzarme misiles, con una simple frase:

- "Es más valiente el que sabe encararse a su propio orgullo que el que se planta ante un ejército con un palo" (He adaptado un poco la frase porque era extranjero y dijo una cosa muy rara, pero así percibí yo el mensaje)

Sí, me costó más coger el autobús hacia Santiago que cualquier momento del camino, en cada parada el cuerpo me lanzaba un impulso:

"Baja y pedalea"

 "Esta vez no"

Acerté:  La rodilla ya casi no me duele y si hubiese seguido probablemente tendría una lesión complicada (palabras de un médico).

 

La moraleja de todo esto no se puede describir mejor que con una frase de un gran amigo:

"Cualquier experiencia, por muy dura que sea, siempre vale la pena" Pablo Camp

 
 
Salud y km