He recorrido más de 500 km en 5 días sobre una bicicleta que
cargaba 15 Kg de equipaje: He sufrido dolores de espalda, de hombros y de
cuello, tanto que era difícil dormir sobre aquellas camas rígidas, por no
hablar de las piernas. He pasado momentos de frío, en los que quieres dejar el
pedaleo y ponerte las manos bajo el culote para calentarte. Momentos en los
que quise coger la bici y lanzarla al aire con furia. He partido dos
portabultos y he pinchado rueda varias veces, entre otros problemas técnicos. Largas tiradas sin agua y comida por mala
previsión. He estado pedaleando más de 10 horas en un día yo sólo, hasta el
punto de que no puedes pensar en otra cosa que en la distancia que recorres.
No debería ser así el camino de Santiago, pero mi carácter y
mi personalidad me hacen vivir las cosas de esta manera: Al límite. Y
sinceramente, es increíble.
El sufrimiento en el mundo del ciclismo es duro, muy duro.
Pero la satisfacción y las sensaciones que te producen son únicas y sólo se
pueden entender cuando las vives.
He chutado literalmente mi bici por fallos en el cambio y la
he levantado al aire con un corto grito que se calla por pasar del falsete. He
apoyado la cabeza sobre el manillar por la impotencia y he pedaleado levantado
sobre la bici con toda mi energía.
Pero tras todo este sufrimiento hay algo superior: La magia
del camino existe. Ya es oficial.
La conversación con el pueblerino sobre cómo se ordeña una
vaca resulta ser muy interesante, el cocido maragato o el pulpo gallego junto
con una pinta es la mejor cena de la cocina mundial, el pueblo al que se llega
es probablemente el más bonito de toda Europa, la ducha en el albergue es mejor
que las que se da la rubia/morena/pelirroja de Loreal... Las sensaciones se
intensifican al cubo por el hecho de haber sufrido tanto para acceder a ellas.
Cada una de esas pequeñas situaciones, que pueden ser hasta
incluso aburridas, sientes que te las has ganado con tu propio esfuerzo, inconscientemente
las relacionas con un premio merecido, logrado gracias a la larga pedaleada. Y
por eso, nuestro subconsciente trabaja para que sean momentos únicos. Llamarlo
autoengaño sano.
Para no aburrir al lector voy a explicar dos breves
anécdotas que viví en el camino de Santiago y resultan divertidas e
interesantes.
Salgo sobre la máquina desde Ponferrada, dispuesto a llegar a
Vilafranca del Bierzo a comer un buen tapeo de marisco y un plato de pasta. Las
piernas están fuertemente agarrotadas, acumulan en ese mismo día 60 km, entre
ellos 8 del puerto de rabanal.
Solo salir se parte el portabultos por el extremo de la
tija. Debido al fuerte agotamiento físico y el estómago vacío me bajo de la
bici como si fuera a abalanzarme sobre alguien, arranco el portabultos que esta
colgando de un extremo y lo lanzo contra una pared de roca al mismo tiempo que
grito: "¡¡Me ca..o en tu p... madre!!"
Dos peregrinos de origen asiático que estaban cerca en ese
momento, agarran su mochila con fuerza por las dos asas y pasan por mi lado
acelerando el paso con la cabeza centrada a dos metros de sus pies.
Tras buscar varias tiendas de bicicletas logro hallar con la
solución gracias a la persona menos esperada: Una señora de 80 años.
Conseguí un portabultos que no era compatible ni para mi
bici ni para el peso que llevaba. Pero estaba esta señora para solucionarme el
problema. Me hizo un apaño recortando un trozo de neumático para agrandar el
grosor de mi tija de tal manera que pude adaptar a la perfección el aparato de
carga que tenía. Con dos pulpos sujetados desde el extremo del portabultos a la
parte superior de la tija hizo que pueda cargar con más peso.
No se quedo allí, me cambió las pastillas de freno y el
neumático trasero en menos de 6 minutos. No me dejó hacerlo a mí, cada vez que
tendía una mano me daba una pequeña bofetada y me decía "quítese",
con un marcado acento.
Increíble, no dudé en reconocer sus méritos y en preguntarle
si tenía nietas.
"Hijo mío, el diablo sabe más por viejo que por
diablo" Me arrancó las palabras de la boca.
Otra anécdota que me marcó:
Al día siguiente del inciso del portabultos noté fuertes
dolores en mi rodilla izquierda. Sabía desde un primer momento lo que era: Un
inicio de tendinitis. Un dolor fácil de evadir, calentando la musculatura es el
remedio, al menos momentáneo. Eso hice, subí Ocebreiro y pedaleé 70 kilómetros
más.
A 12 kilómetros de mi destino la rodilla empezó a dolerme
mucho, me encontraba en un punto medio entre dos pueblos con albergues, a 12 km
de cada uno. Tras más de 8 horas de pedaleo, cada kilómetro se hace muy largo y
muy espeso.
Por suerte encontré un albergue a sólo 4 km de donde estaba.
Ya no podía continuar, así que paré allí. Curiosamente el pueblo se llamaba
"O Hospital", pero no había hospitales.
Conocí un peregrino que llevaba varios días caminando y paró
en el mismo albergue por dolores en el talón de Aquiles. Le expliqué mi
situación:
"He parado por dolores en la rodilla, pero mañana
llegaré a Santiago cueste lo que cueste. Sólo estoy a 50 km. Con todo lo que he
hecho no me parará ni la aviación americana"
No sé si me hubiese parado la aviación americana, yo creo
que no, pero ese hombre sí que lo hizo, y sin lanzarme misiles, con una simple frase:
- "Es más valiente el que sabe encararse a su propio
orgullo que el que se planta ante un ejército con un palo" (He adaptado un
poco la frase porque era extranjero y dijo una cosa muy rara, pero así percibí
yo el mensaje)
Sí, me costó más coger el autobús hacia Santiago que
cualquier momento del camino, en cada parada el cuerpo me lanzaba un impulso:
"Baja y pedalea"
"Esta vez no"
Acerté: La rodilla ya
casi no me duele y si hubiese seguido probablemente tendría una lesión
complicada (palabras de un médico).
La moraleja de todo esto no se puede describir mejor que con
una frase de un gran amigo:
"Cualquier experiencia, por muy dura que sea, siempre
vale la pena" Pablo Camp
Salud y km