Hoy corro en mi casa. Desde hace años que llevo explorando
esta montaña, he recorrido miles de kilómetros por estas pistas y estas
trialeras. Hoy corro en Collserola, Barcelona.
La salida siempre impone, por mucha experiencia que tengas y
por mucha confianza que tengas en ti mismo los atletas siguen dando miedo. Me auto
convenzo de unas palabras que me dijo un amigo antes de una carrera en la que
debatíamos las dificultades de subir al pódium: “Jorge, tu eres caballo ganador”
Suena el disparo inicial y nos lanzamos al ataque. Es un
primer kilómetro y medio de bajada donde está claro que los primeros querrán
correr para coger el primer sendero sin torpezas. Sabía que la cabeza de grupo
iría rápido… Pero no me imaginaba que empezaríamos por debajo de los 3 min/km.
Una mala salida junto con atletas que entorpecen mi ritmo me
dificulta mucho coger a los tres primeros que se desmarcan a los 500 metros de
carrera. Al segundo km voy con ellos.
Seguimos bajando por una pista que me la conozco de memoria.
Los tres primeros imponen un ritmo que prefiero no seguir y mantenerme un poco
al margen. Soy un corredor que siempre pruebo en la cabeza del grupo y no dejo
que nadie se me escape en los primeros kilómetros, pero lo de hoy es lo nunca
visto. Siguen por debajo de tres.
No me preocupa en exceso porque no los pierdo de vista.
Llegamos a la carretera de las aguas, toca un plano de unos 3 km. No les
recorto distancia, siguen yendo con mucha fuerza. Me asusto, no es normal que
no bajen el ritmo. Hay una realidad a la que me debería ceñir: “Si no estoy
allí con ellos, es porque no puedo” Pero hay una parte más soñadora: “Si no
estoy allí, es porque no quiero” Me aferro a esto y cambio el chip: “A por
ellos”. Subo mi ritmo y junto con ellos lo inevitable, mis pulsaciones.
Sé que estoy arriesgando, luego viene un km en el que acumula
más de 200m de D+. Si llego allí tocado se acabó todo.
Llega el primer reventón del grupo de cabeza. Adelanto al
tercero con cierta facilidad, me queda, los dos primeros (entre ellos el actual
campeón de Barcelona night trail).
Empezamos rampas superiores a un 25% de pendiente, 200
metros de escaleras y para concluir una subida de rocas de más de 250 metros de
largo. Se me hace tan duro que cuando subo el último escalón me da una arcada y
expulso unos cuantos quicos. No sólo aguanto como puedo la última rampa, sino
que también pillo a la cabeza. Ya estoy aquí.
Sigue transcurriendo la carrera y rompemos el grupo de tres
quedándonos dos en la cabeza. Le lanzo algún ataque para dejarlo atrás, pero me
aguanta sin forzar la respiración. Dónde hay pierna… Poco hay que hacer. Se me
escapa y aguanto la segunda posición hasta el templo del tibidabo. Pero esto
no acaba aquí, queda lo peor, subir hasta el punto más alto y volver a bajar.
No sé si habéis subido ese templo por las escaleras de
caracola estrechas. ¿Son duras e? Imaginaros lo mismo tras correr 15 km de
locura y con la presión de que hay un atleta a menos de 10 metros con un solo objetivo:
Ganarte.
Mi cabeza me pide tres mil veces por segundo que pare y
camine. Noto que la musculatura me está fallando, está llegando a su límite.
Como si en cualquier momento voy a caer desplomado a sólo unos escalones de la
meta.
Llego arriba sin reservas, sin nada, ya sólo es la cabeza
quien está empujando al cuerpo. Va, sólo quedas tú, tira de mí. Todo mi cuerpo ha
cedido. Bajo ayudándome con los brazos y a trompicones como si me persiguiera
el diablo.
Cruzo la meta en segundo lugar representado al equipo de
Kalenji. Estoy contentísimo de mi resultado porque una vez más sé que he dado
mi 100%. Un pódium que me ha costado mucho sufrimiento físico y también tiene
su dura parte psicológica en carrera.
Un detalle que no se me puede olvidar: Sigue estando mi
elefantito en el bolsillo de mi pantalón.
Salud y km,
Salud y km,