¿Estoy preparado? No paro de preguntármelo, sobre todo por
la noche. Doy vueltas enrollándome y desenrollándome en mis sábanas. Y por
mucho que sude y me eche las manos a la frente
no doy con la respuesta.
No lo sé. Es cierto que ya hice uno, por eso le tengo miedo,
mucho miedo. Me aterra la idea de fracasar, la idea de no poder contra tí. Tus 3,8 en el mar, tus 180
sobre la bicicleta y tus 42,2 en el infierno. Son muchas horas y el cuerpo
puede reaccionar de cualquier manera. He visto a gente muy potente, más que yo,
quedarse a media carrera.
He tenido semanas de relajación, entrenos suaves, días en la
cama, despertadores rotos... Y eso puede pasarme factura. Pero también he
luchado contra tormentas, he madrugado antes de que el sol se vea salir, he
llegado a casa con rampas en mis piernas y he gritado sobre fuertes puertos de
montaña. Y eso, me puede hacer coronar un IRONMAN.
¿Cómo responderé esta vez? ¿Mi cuerpo podrá llegar a los
límites que impone esta competición? ¿Mi cabeza aguantará la presión? No lo sé.
Pero entre esta incertidumbre sí que hay algo que tengo
claro: "Voy a luchar con todo" Cerraré los dientes desde el inicio, y
con una meta visualizada en mi cabeza, nadaré, pedalearé y correré contra todo
pronóstico.
Aquí estoy otra vez, delante del mar. A la espera de un
disparo que indique el inicio del IronMan, una prueba que consiste en nadar
entre aguas abiertas 3,8 km, pedalear 180 km y correr 42,2 km.
La tormenta que hay sobre nosotros da miedo, mucho miedo. La
natación no me preocupa, al fin y al cabo si la organización nos permite nadar
será porque es seguro, aunque en algún momento llego a dudar al ver varios
rayos impactar sobre el agua. Me da miedo el ciclismo, 180 km sobre una asfalto
mojado son muy peligrosos.
Muchos competidores recogen su bici y se van a su casa. Las
condiciones son nefastas. Escucho un comentario entre la multitud:
"Somos IronMan, sí. Pero no gilipollas, esto es muy
peligroso"
Pues yo soy IronMan y gilipollas.
Suena el disparo inicial, me pongo en cuclillas y con los
dientes cerrados me digo lo mismo que en el resto de competiciones:
"Calma, Cabeza y Coraje"
Antes de lanzarme al agua, me giro y lanzo un grito al
público para animar el ambiente. Les hace gracia.
Empiezo a nadar con calma,
no quiero desgastarme nada en esta primera disciplina. Poco que explicar
de los 3,8 km. Suaves y sin dificultades.
Pero las complicaciones llegan cuando al km 1 reviento
rueda. Es la delantera, la tubular. Es decir, no hay recambios.
Bajo de la bici y me siento en la cera con la manos en la
cabeza. No sé qué hacer. Todo el público se acerca e intenta ayudarme como
pueden: Unos me animan, otros llaman a compañeros o organizadores para pedir
recambios y otros tocan y giran mi rueda sin saber muy bien qué hacer.
El primer punto de asistencia mecánica está a 15 km. ¿Tan
difícil era alquilar un par de furgonetas de asistencia mecánica?. Me dispongo
a cometer una locura: Monto la llanta en la bici y me la cargo a la espalda,
empezamos con 15 km running con una bici sobre la espalda. Pero me doy cuenta
de que es absurdo, es posible que consiga llegar hasta el punto mecánico, pero
luego... Tienes un IronMan por delante.
Me espabilo de otra manera y consigo una rueda tubular, pero no tengo banda para pegarla
porque me la han despegado. La monto sin banda y a pedalear. Llevar un tubular
sin estar pegada implica un enorme riesgo, y es que en cualquier curva puede
saltar el neumático de la llanta y romper el asfalto con el cuerpo.
Empiezo a un ritmo muy bajo, me da mucho miedo las
condiciones de mi bici. Llego a Llavaneras, primer punto de asistencia
mecánica. Pido un banda para la rueda tubular y para mi sorpresa no tienen.
"¿Que tenéis en el maletín?, ¿Una llave allen de
Decathlon y una cámara de BTT o qué?"
Entre quejas y gritos de rabia sigo rodando. Será todo un
milagro si hago 165 km más así.
Los primeros 40 km los hago tranquilo por el temor que tengo
a que se me salte la rueda. A partir de allí empiezo a apretar a los pedales,
aunque no piense en el tiempo ni n la posición tengo piernas para subir la
exigencia.
En el km 80 tengo a mi familia que me tienen preparados unos
bocadillos de pavo para poder comer. Pero desgraciadamente la mala organización
de la carrera no les permitió estar en ese punto. Me quedo sin comer
alimentación normal, así que tendré que tirar a base de plátanos y energéticos.
Sé que acabaré vomitando por esto.
En el km 100 me entra un bajonazo, empiezo a notar los
calambres en las piernas y fuertes mareos. De verdad que no lo entiendo, no he
ido fuerte y aquí no debería sufrir. He hecho entrenos de más de 100 km y a
mayor ritmo y me encontraba mejor.
Posiblemente paso uno de los peores momentos de la carrera,
no tanto muscularmente sino psicológicamente. Si estoy así ahora esto no lo
acabo. Y comienza a atacar la cabeza, como siempre. No la escucho, intento pensar en otras cosas
para evadir el sufrimiento, pero todos mis esfuerzos son inútiles. Hasta el km
120 voy cambiando de posiciones para distraer el cuerpo con distintas posturas.
Me apoyo sobre mis acoples y me dispongo a rezar igual que
en el anterior IronMan, me estoy quedando sin recurso. Cada uno que piense y
crea lo que quiera, pero despierto y recupero mis piernas.
Pongo un ritmo fuerte y empiezo a avanzar a muy buena
velocidad. Las subidas me subo sobre los pedales y en las rectas voy acoplado.
De repente me pasa un grupo de siete triatletas (Los llamo así y no los llamo
IronMan) aprovechándose las ruedas los unos a los otros. Esto en el triatlón de
larga distancia es completamente descalificatorio. Uno a de correr sólo de
inicio a fin, sin ayuda de nada ni de nadie. Les dejo espacio, no quiero
participar en esta hipocresía deportiva. Me da igual si me sacáis una, dos o
tres horas, yo habré acabado luchando cada quilómetro de manera individual.
Vosotros soy el ejército persa, yo soy espartano.
Y llego a la última parte, me cambio la ropa y empiezo a
correr. El cuerpo me pide que suba el ritmo y me ponga a adelantar sin piedad,
pero ya he tropezado con esa piedra, y como mal humano, no lo volveré a hacer.
Esta vez dosificaré e iré apretando el ritmo a medida que avancen los
kilómetros. El objetivo está en no caminar.
Nada que deciros de los primeros 20 km, no me cuestan en
exceso. Pero a partir de allí comienza lo que es realmente el IronMan, 22 km de
la meta.
Empiezo a vomitar los geles digeridos en la bicicleta, pero
no paro en ningún momento, sigo luchando por no parar.
Más de dos horas pensando lo mismo: "No pares".
He salido a correr en plena tormenta, he salido a pedalear
de madrugadas, he coronado puertos con tembleques en las piernas, he nadado con
picaduras de medusas, he llevado semanas de mal humor, semanas de mal dormir,
me he puesto enfermo por sobre entrenos... Y sobre todo, llevo desde las 9 de
la mañana peleando por una meta que tengo a sólo 20 km.
En cada calada de aire expulso un pedazo de la mítica bestia
que nos atormenta las semanas previas a las carreras. Ya lo tengo, es mío, no
pares de correr.
Con mareos y terribles dolores en cada pisada escucho mi
nombre entre la multitud. Miro hacia el lado y veo a un amigo y a una amiga que
han venido a empujarme los últimos km. Eso me da una fuerza bestial para seguir
con la cabeza bien alta.
Y así estoy durante la última hora, con los dientes cerrados
visualizando la meta más dura de mi vida. Se me lagriman los ojos al pensar por
todo lo que he tenido que pasar para llegar hasta donde estoy. A sólo 3 km de
ser IronMan por segunda vez, pero esta vez sin caminar ni parar.
Está mi hermano como siempre en los últimos kilómetros
(Lleva con migo desde las 6 de la madrugada) pero rechazo su ayuda de correr
los últimos kilómetros juntos. Esta vez acabaré sólo, sin que nadie me ayude.
Y llega aquel pasillo azul que llevo más de 6 meses imaginándome.
Es mucho más impresionante de lo que había visualizado.
Una alfombra azul con multitud de manos que sobresalen
lanzando gritos de felicitaciones. Un marcador al final de este donde sale un
tiempo que no me interesa.
"¡¡¡Youuuu are an Ironman!!!" Grita el speaker a
la vez que me alza la mano para que le choque.
Corro de lado a lado del pasillo central para chocar las
manos de todos los presentes que me están animando a tope. Me paro a 1 metro de
la meta con los ojos bañados en lágrimas y lanzo un grito que se acaba por
falta de voz.
Intento hacer unas flexiones para bromear con los expectantes
pero me entra una rampa y lo dejo correr (nunca mejor dicho).
Me cuelgan la medalla, la medalla más bonita que he visto
en mi vida. Una medalla que no la regalan ni puedes comprarla aunque tengas todo
el dinero del mundo. Es una medalla que uno se cuelga cuando es un hombre de
hierro.
Salud y km, muchos km, muchísimos...
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